miércoles, 23 de abril de 2014

El Ajedrez de Dios





La derrota de Dios
Guillermo Gómez Santibáñez
Teólogo
Director del Centro Interuniversitario de Estudios Latinoamericanos y Caribeños

Porque el mensaje de la cruz es locura para los que se pierden; pero para los que nos salvaremos es fuerza de Dios  (1 Cor.1, 18)

La llamada semana santa o semana mayor, nombre que le da la tradición cristiana al evento salvífico, cuyo núcleo es el misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesucristo, es reactualizada por la Iglesia y los cristianos cada año como memoria de fe, de esperanza y de amor. Sobre este evento, mucho se ha escrito por siglos, ya sea a favor o en contra; pero jamás ha dejado de ser un motivo de reflexión para ninguna generación.
Quiero hacer una reflexión crítica sobre la cruz de Jesús de Nazaret, pero desde una mirada distinta, quizás no acostumbrada, digamos, desde un “no lugar teológico[1]”; o desde una “cristología desde abajo[2]” por usar una expresión de W. kasper.(1984)
Cierto día leí en el muro de facebook de un amigo algo que me pareció que rayaba en la herejía; “que la muerte de Jesús en la cruz nos traía éxito y prosperidad”. ¡Vaya! eso me sonó a un evangelio con olor a economía social de mercado, propia del neoliberalismo. Para los fundamentalistas de la ideología del mercado, éste equivale a prosperidad y la prosperidad equivale a mercado y para alcanzar ambas, el economista asesor no trepida en abrazar aquella indiferencia antropófaga ante la vida concreta de cada hombre y de cada mujer, tal como el teólogo medieval hacía lo suyo por amor a la salvación futura. La religión del mercado se justifica teológicamente exigiendo a quienes desean el disfrute de los beneficios de la gracia santificante tocar el cielo de la riqueza pasando por el purgatorio de miserias, negando sus derechos más elementales a costa de exclusiones, inestabilidad laboral y precariedad en el empleo.
Solemos hablar más de la victoria de Dios en la cruz; así se nos enseñó en la apologética cristiana. No concebimos ese evento humano/divino como una derrota. La derrota de Dios en la Cruz hay que entenderla desde otra lógica. Nunca desde los poderes del sistema dominante, ni mucho menos desde la lógica moderna del mercado. Desde ahí nunca se triunfa a la manera de Dios, sino a la manera humana, porque sólo los poderosos ganan. Los humildes siempre son excluidos y aniquilados. Decir lo contrario es un triunfalismo, es arenga, porque no se derrotan los sistemas, ni las estructuras, sino que se transforman, pero para bien o para mal. Se pueden hacer más justas, pero siempre a un alto costo social y político. La ambición humana siempre dominará el corazón de los sistemas sociales. Los héroes que han muerto por causas como las de Dios en la cruz están todos muertos y en su mayorías antes de tiempo, excepto Mandela, que murió de viejo y de muerte natural hace poco. Pero ellos no fueron exitosos, ni prósperos a la manera del mundo, porque no buscaron el lucro, ni el bienestar personal como un trofeo. Ellos no buscaron el poder por el poder, sino que lucharon por la justicia y la igualdad, por el bien de los más pobre, al igual como Jesús.
Cuando los evangelio narran que Jesús dijo en la cruz: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? esa es la expresión más desoladora y desgarradora que he leído. Todos huyeron, lo abandonaron, incluso lo discípulos más íntimos; sólo unas cuantas mujeres, como María Magdalena, María, madre de Santiago el menor, y de José y Salomé (Mc. 15,40) se hallaban a distancia. Desde la perspectiva humana, frágil y soberbia, la cruz es la más absoluta derrota de Dios, porque es la derrota del propio hombre por el hombre. Ya lo decía Hobbe en su Leviatán: homo homini lupus “el hombre es lobo del hombre”
La cruz es muerte, derrota, desolación, nunca una victoria y mucho menos éxito o prosperidad. Desde la lógica de la cruz, la vida hay que verla con otros ojos, con los ojos de la fe, de la esperanza y del amor; pero nunca para conquistar el mundo y los manjares del mercado, sino para que se avecine el Reino de Dios que es justicia y paz.
Dios no ganó en la cruz. La cruz fue su derrota. Desde los poderes del mundo y sus estructuras de maldad, Dios perdió. La muerte de Jesús en la cruz obedece a otra lógica; no es la lógica del mundo y sus estructura de poder las que justifican una victoria de Dios, desde ahí es pura derrota. El propio Jesús vivió la tentación del desierto narrada por Lucas (cap.4, 5-7) donde se anticipa la suerte que correría si se sometía a la lógica del mundo: “Te daré todo ese poder y su gloria, porque a mí me lo han dado y lo doy a quine quiero. Por tanto, si te postras ante mí, todo será tuyo”. Es por esto que es innecesaria la defensa de Dios desde esa lógica, porque sólo busca una victoria que no fue. Desde esa perspectiva se confunde lo real con lo falso, al héroe con el antihéroe, el éxito con la humillación, el conflicto con la paz, a Superman con Dios. Gandhi no era cristiano y precisamente no lo fue por los mismos cristianos, no por Jesús, y sin embargo, murió por una causa como la de Jesús. Era necesaria su muerte para que Inglaterra dejara libre a la India, pero la India sigue igual, con millones de pobres, aunque hayan cambiado muchas leyes, gracias a la muerte de Gandhi. La lógica de la muerte de Jesús entonces, hay que verla como una derrota ante los imperios de maldad que tiene en sus manos todo el poder. Jesús no fue Superman, ni el guerrero semidios Hércules. El fue profundamente humano y como humano sufrió su derrota en la cruz, de manera muy desoladora. Si primero no entiendo la humanidad de Jesús y su misión humana en el mundo de su tiempo y de su propio contexto, entonces no he entendido nada de su misión y su obra salvífica. Sin embargo, la derrota de Dios en la cruz, no significa su total fracaso en su empeño de amor. Este misterio sólo es posible comprenderlo en la claridad de mi propia derrota, mi fragilidad y mis limitaciones humanas. Desde aquí puedo entender mejor por qué Jesús murió y luego resucitó. Si yo no puedo entender ese misterio de su encarnación en mi propia existencia, entonces he fabricado a un ídolo y por tanto a un Dios falso, producto de la pura imaginación humana. De ahí tanta gente confundida con una vida cristiana de papel, una espiritualidad light; que busca el éxito y la prosperidad como baratillo de mercado. Jesús no nos llama a la riqueza ni a la prosperidad, lamento mucho no poder decir lo contrario, pero en su Evangelio no hallo otro camino, ni otra enseñanza que la del desapego. El mismo lo dice: “las aves tienen nido, las zorras guarida, pero yo no tengo donde reclinar mi cabeza”. Su ejemplo fue la donación de sí y la renuncia. El camino de Jesús no es el del éxito ni el de la prosperidad, sino el camino de la cruz. Es a ese camino que somos llamados por Jesús;  el camino de la cruz, camino de derrota primero, de negación de uno mismo para luego conquistar la vida, la esperanza y el amor. Sólo así es posible ver la luz del Reino de Dios, que es la verdadera victoria; victoria que somete la muerte y la transforma en Resurrección.


[1] Los “lugares teológico” constituyen aquellos criterio a que la Iglesia y la teología deben recurrir para garantizar que una determinada interpretación de la Escritura corresponde realmente al sentido que el Espíritu quiso darle en el proceso revelatorio que el mismo inspiró (Bentué, 1995). Un “no lugar teológico” vendría a ser la lectura en la que Dios nos sorprende con su escándalo y revierte nuestra pobre teología y nuestra falsa fe para darnos otro horizonte de sentido de su presencia histórica y profética. Un ejemplo claro de esto fue el hecho que la teología de la Liberación ubicara a los pobres de América Latina como “lugar teológico” y afirmara que éstos nos evangelizan.
[2] En una cristología ascendente, o desde abajo, el ser de Jesús se constituye en por su historia.

No hay comentarios: