La
derrota de Dios
Guillermo
Gómez Santibáñez
Teólogo
Director
del Centro Interuniversitario de Estudios Latinoamericanos y Caribeños
Porque el
mensaje de la cruz es locura para los que se pierden; pero para los que nos
salvaremos es fuerza de Dios (1 Cor.1,
18)
La
llamada semana santa o semana mayor, nombre que le da la tradición cristiana al
evento salvífico, cuyo núcleo es el misterio pascual de la muerte y
resurrección de Jesucristo, es reactualizada por la Iglesia y los cristianos
cada año como memoria de fe, de esperanza y de amor. Sobre este evento, mucho
se ha escrito por siglos, ya sea a favor o en contra; pero jamás ha dejado de
ser un motivo de reflexión para ninguna generación.
Quiero
hacer una reflexión crítica sobre la cruz de Jesús de Nazaret, pero desde una
mirada distinta, quizás no acostumbrada, digamos, desde un “no lugar teológico[1]”; o desde una “cristología desde abajo[2]” por usar una expresión de W. kasper.(1984)
Cierto
día leí en el muro de facebook de un amigo algo que me pareció que rayaba en la
herejía; “que la muerte de Jesús en la cruz nos traía éxito y prosperidad”. ¡Vaya!
eso me sonó a un evangelio con olor a economía social de mercado, propia del
neoliberalismo. Para los fundamentalistas de la ideología del mercado, éste
equivale a prosperidad y la prosperidad equivale a mercado y para alcanzar
ambas, el economista asesor no trepida en abrazar aquella indiferencia
antropófaga ante la vida concreta de cada hombre y de cada mujer, tal como el
teólogo medieval hacía lo suyo por amor a la salvación futura. La religión del
mercado se justifica teológicamente exigiendo a quienes desean el disfrute de
los beneficios de la gracia santificante tocar el cielo de la riqueza pasando
por el purgatorio de miserias, negando sus derechos más elementales a costa de
exclusiones, inestabilidad laboral y precariedad en el empleo.
Solemos
hablar más de la victoria de Dios en la cruz; así se nos enseñó en la
apologética cristiana. No concebimos ese evento humano/divino como una derrota.
La derrota de Dios en la Cruz hay que entenderla desde otra lógica. Nunca desde
los poderes del sistema dominante, ni mucho menos desde la lógica moderna del
mercado. Desde ahí nunca se triunfa a la manera de Dios, sino a la manera
humana, porque sólo los poderosos ganan. Los humildes siempre son excluidos y aniquilados.
Decir lo contrario es un triunfalismo, es arenga, porque no se derrotan los
sistemas, ni las estructuras, sino que se transforman, pero para bien o para
mal. Se pueden hacer más justas, pero siempre a un alto costo social y
político. La ambición humana siempre dominará el corazón de los sistemas
sociales. Los héroes que han muerto por causas como las de Dios en la cruz
están todos muertos y en su mayorías antes de tiempo, excepto Mandela, que
murió de viejo y de muerte natural hace poco. Pero ellos no fueron exitosos, ni
prósperos a la manera del mundo, porque no buscaron el lucro, ni el bienestar
personal como un trofeo. Ellos no buscaron el poder por el poder, sino que lucharon
por la justicia y la igualdad, por el bien de los más pobre, al igual como
Jesús.
Cuando
los evangelio narran que Jesús dijo en la cruz: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué
me has abandonado? esa es la expresión más desoladora y desgarradora que he
leído. Todos huyeron, lo abandonaron, incluso lo discípulos más íntimos; sólo
unas cuantas mujeres, como María Magdalena, María, madre de Santiago el menor,
y de José y Salomé (Mc. 15,40) se hallaban a distancia. Desde la perspectiva
humana, frágil y soberbia, la cruz es la más absoluta derrota de Dios, porque
es la derrota del propio hombre por el hombre. Ya lo decía Hobbe en su Leviatán:
homo homini lupus “el hombre es lobo
del hombre”
La
cruz es muerte, derrota, desolación, nunca una victoria y mucho menos éxito o
prosperidad. Desde la lógica de la cruz, la vida hay que verla con otros ojos,
con los ojos de la fe, de la esperanza y del amor; pero nunca para conquistar
el mundo y los manjares del mercado, sino para que se avecine el Reino de Dios
que es justicia y paz.
Dios no ganó en la
cruz. La cruz fue su derrota. Desde los poderes del mundo y sus estructuras de
maldad, Dios perdió. La muerte de Jesús en la cruz obedece a otra lógica; no es
la lógica del mundo y sus estructura de poder las que justifican una victoria
de Dios, desde ahí es pura derrota. El propio Jesús vivió la tentación del
desierto narrada por Lucas (cap.4, 5-7) donde se anticipa la suerte que
correría si se sometía a la lógica del mundo: “Te daré todo ese poder y su
gloria, porque a mí me lo han dado y lo doy a quine quiero. Por tanto, si te
postras ante mí, todo será tuyo”. Es por esto que es innecesaria la defensa de
Dios desde esa lógica, porque sólo busca una victoria que no fue. Desde esa
perspectiva se confunde lo real con lo falso, al héroe con el antihéroe, el
éxito con la humillación, el conflicto con la paz, a Superman con Dios. Gandhi
no era cristiano y precisamente no lo fue por los mismos cristianos, no por
Jesús, y sin embargo, murió por una causa como la de Jesús. Era necesaria su
muerte para que Inglaterra dejara libre a la India, pero la India sigue igual,
con millones de pobres, aunque hayan cambiado muchas leyes, gracias a la muerte
de Gandhi. La lógica de la muerte de Jesús entonces, hay que verla como una
derrota ante los imperios de maldad que tiene en sus manos todo el poder. Jesús
no fue Superman, ni el guerrero semidios Hércules. El fue profundamente humano
y como humano sufrió su derrota en la cruz, de manera muy desoladora. Si
primero no entiendo la humanidad de Jesús y su misión humana en el mundo de su
tiempo y de su propio contexto, entonces no he entendido nada de su misión y su
obra salvífica. Sin embargo, la derrota de Dios en la cruz, no significa su
total fracaso en su empeño de amor. Este misterio sólo es posible comprenderlo
en la claridad de mi propia derrota, mi fragilidad y mis limitaciones humanas.
Desde aquí puedo entender mejor por qué Jesús murió y luego resucitó. Si yo no
puedo entender ese misterio de su encarnación en mi propia existencia, entonces
he fabricado a un ídolo y por tanto a un Dios falso, producto de la pura imaginación
humana. De ahí tanta gente confundida con una vida cristiana de papel, una
espiritualidad light; que busca el éxito y la prosperidad como baratillo de
mercado. Jesús no nos llama a la riqueza ni a la prosperidad, lamento mucho no
poder decir lo contrario, pero en su Evangelio no hallo otro camino, ni otra
enseñanza que la del desapego. El mismo lo dice: “las aves tienen nido, las
zorras guarida, pero yo no tengo donde reclinar mi cabeza”. Su ejemplo fue la donación
de sí y la renuncia. El camino de Jesús no es el del éxito ni el de la prosperidad,
sino el camino de la cruz. Es a ese camino que somos llamados por Jesús; el camino de la cruz, camino de derrota
primero, de negación de uno mismo para luego conquistar la vida, la esperanza y
el amor. Sólo así es posible ver la luz del Reino de Dios, que es la verdadera
victoria; victoria que somete la muerte y la transforma en Resurrección.
[1]
Los “lugares
teológico” constituyen aquellos criterio a que la Iglesia y la teología deben
recurrir para garantizar que una determinada interpretación de la Escritura
corresponde realmente al sentido que el Espíritu quiso darle en el proceso
revelatorio que el mismo inspiró (Bentué, 1995). Un “no lugar teológico” vendría
a ser la lectura en la que Dios nos sorprende con su escándalo y revierte
nuestra pobre teología y nuestra falsa fe para darnos otro horizonte de sentido
de su presencia histórica y profética. Un ejemplo claro de esto fue el hecho
que la teología de la Liberación ubicara a los pobres de América Latina como
“lugar teológico” y afirmara que éstos nos evangelizan.
[2] En una
cristología ascendente, o desde abajo, el ser de Jesús se constituye en por su
historia.
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