El periodismo y el compromiso con la verdad
Guillermo Gómez Santibáñez
Guillermo Gómez Santibáñez
Se trata, sin embargo, de la verdad de los hechos, de la libertad de prensa y del derecho a ser informado de forma veraz. En este punto, quiero formular una pregunta: ¿Qué es la verdad?. ¿A qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de la verdad?, y aunque esta pregunta tiene una gran profundidad metafísica, yo no pretendo sumergirme en ella, sino simplemente chapotear un poco sobre el lindero de sus aguas
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Los que tenemos la oportunidad de revisar a primera hora del día los periódicos del país, disfrutamos del privilegio de informarnos de los hechos que hacen la historia de una nación y de los avatares de la vida de una sociedad.
Una lectura criteriosa y crítica de cualquier tabloide, nos permite la posibilidad de formarnos una opinión sobre el devenir político y social de un pueblo, sin la anteojera del dogmatismo y sus verdades absolutas. Se impone el imperio de la razón y su juicio crítico cuando se trata de discernir los elementos de un periodismo serio, responsable, ético y objetivo; capaz de ofrecernos diariamente una ventana de información veraz, para recibir lo mejor de su trabajo periodístico, desechando lo peor.
Nicaragua, como cada país de nuestra América Latina, ofrece a diario los mejores escenarios para recoger las noticias, que por sus acontecimientos y la naturaleza de sus actos, la hacen mejor o más desgraciada, dependiendo del enfoque noticioso. En su cotidianidad emergen los actores sociales y políticos, cada día haciendo una historia distinta. Como guardianes implacables del hecho noticioso, surgen también, omnipresente, los periodistas, que cual profeta de antaño, ponen su reporte como una espada de dos filos, ya sea para una buena noticia o una denuncia con su peor admonición.
Se trata, sin embargo, de la verdad de los hechos, de la libertad de prensa y del derecho a ser informado de forma veraz. En este punto, quiero formular una pregunta: ¿Qué es la verdad?. ¿A qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de la verdad?, y aunque esta pregunta tiene una gran profundidad metafísica, yo no pretendo sumergirme en ella, sino simplemente chapotear un poco sobre el lindero de sus aguas. Pareciera de lo más fácil hoy día hablar de la verdad, sobre todo cuando leemos los periódicos; oímos debates radiales, vemos entrevistas televisivas, o simplemente, entablamos tertulias amistosas o familiares.
El relativismo de nuestros días y la proclama de los derechos individuales nos hacen reñirnos con toda forma de dogmatismo y absolutismo. Todo el mundo puede emitir su opinión y aportar cualquier interpretación de la realidad, pero con la condición de que no se tenga la peregrina pretensión de que eso sea considerado verdadero. Si alguien pretende tener la verdad, implicaría entonces que los demás no la tienen y luego brotaría el poder de imponerla bajo un acto antidemocrático y tiránico, violatorio de la libertad de expresión. Este comportamiento absolutista nos situaría en la galería de los fanáticos, que convencidos de su propia verdad y de que sus ideas son las verdaderas, se lanzan en el violento río del enceguecimiento y del error, creyendo que deben salvar, por las buenas o por las malas, a quienes no tienen las mismas ideas o pensamientos.
¿Qué significa realmente la verdad? Esta pregunta nos parece un tanto complicada cuando se trata de ver el fondo, la esencia de las cosas, y no tanto lo externo, lo aparente. Ver la esencia de las cosas nos exige un compromiso con la verdad, un entreveramiento con lo existente. El sofista Protágoras, quien en la carta magna del relativismo occidental proclamó al hombre mesura, (“el hombre es la medida de todas las cosas”), opuso al criterio absoluto, que discrimine entre ser o no ser, verdadero o falso, el criterio del hombre individual como el únicamente válido. En este sentido, el principio del hombre medida, según Protágoras, establece el criterio de la verdad o la falsedad. Cada hombre tiene su verdad, nadie está en lo falso. No existe un verdadero absoluto, sino lo más útil, lo más conveniente, y lo más oportuno; el hombre es medida y medidor en relación con la verdad y la falsedad. El problema de Protágoras, sin embargo, fue haber convertido la medida del hombre, en utilidad, es decir, en algo objetivo. El bien y el mal como lo útil y lo perjudicial, pero sin saber sobre qué bases y qué fundamentos. La antilogía protagórica fue el mejor recurso donde se echaron a correr los argumentos y contraargumentos, en un franco duelo de razones contra razones. La salida al pragmatismo de lo útil de la tesis relativista la dará el maestro Sócrates, quien habrá de excavar con mayor profundidad en la esencia del hombre.
La verdad que hemos heredado en nuestra cultura occidental nos viene de la perspectiva helénica; y su ámbito es el juicio cognoscitivo, es decir, cuando una idea o conocimiento producido en la inteligencia, por medio de la palabra, informa sobre un determinado aspecto de la realidad, y esa realidad externa coincide con la idea interna que la refleja, ese conocimiento es verdadero. Si no fuera así, entonces ese conocimiento es falso. Aristóteles define la verdad como “la adecuación del intelecto con la cosa”. Santo Tomás de Aquino recoge esta misma definición. A partir de aquí, el conocimiento de la verdad estará ligado a la correspondencia con la realidad objetiva; la verdad es la correcta idea, que es posible gracias a la correcta información. Sólo es posible lo verdadero cuando los datos son empíricamente verificables, de lo contrario, se está frente a una falsificación.
Un segundo elemento de abordaje en esta reflexión nos viene del derecho a la libertad de expresión o libertad de información, que demandan en nuestra sociedad, tanto los trabajadores de los medios de comunicación social, como el pueblo, que exige también el derecho a ser informado de forma veraz. Pero, ¿qué es la libertad de expresión o de información?, si bien es cierto que es un derecho individual garantizado por la Constitución Política de la República de Nicaragua (Arto. 30 Cn) y en correspondencia con el Arto. 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es conveniente entender primero, que en lo relativo a la libertad de información o libertad de prensa, es menester decir que no es la libertad del periodista para decir lo que él quiera, sino más bien el derecho del lector del periódico de informarse. Sobres este principio fundamental quiero remitirme a un texto del pensador francés Jean-Paul Sartre, quien diera una rueda de prensa en enero del año 1973 con motivo del nuevo diario francés Liberación: “…Es la gente que trabaja en una fábrica, en una obra, en una oficina quien tiene el derecho de saber lo que pasa y sacar las conclusiones. Claro, es necesario que el periodista tenga la posibilidad de expresar sus pensamientos, pero eso significa solamente que debe procurar que se informe constantemente al pueblo. ¿Cuál es el medio de informar al pueblo? Es el pueblo mismo. [...] Se nos habló de objetividad. Pues bien la objetividad es una situación verdadera tal como la expresa el pensamiento popular. Es la gente que piensa sobre una situación que es suya. Y esto es lo que debemos recoger. Como ya se dijo, el periodista no debe hacer la historia, no debe interpretarla. Debe recoger el acontecimiento y divulgarlo a través del periódico a este pueblo que es el más interesado en conocer el acontecimiento en cuestión y todo lo que no se le informa. En esencia es necesario que el pueblo discuta con el pueblo.”
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“La verdad, sino es entera, se convierte en aliada de lo falso”.
Javier Sádaba
Los que tenemos la oportunidad de revisar a primera hora del día los periódicos del país, disfrutamos del privilegio de informarnos de los hechos que hacen la historia de una nación y de los avatares de la vida de una sociedad.
Una lectura criteriosa y crítica de cualquier tabloide, nos permite la posibilidad de formarnos una opinión sobre el devenir político y social de un pueblo, sin la anteojera del dogmatismo y sus verdades absolutas. Se impone el imperio de la razón y su juicio crítico cuando se trata de discernir los elementos de un periodismo serio, responsable, ético y objetivo; capaz de ofrecernos diariamente una ventana de información veraz, para recibir lo mejor de su trabajo periodístico, desechando lo peor.
Nicaragua, como cada país de nuestra América Latina, ofrece a diario los mejores escenarios para recoger las noticias, que por sus acontecimientos y la naturaleza de sus actos, la hacen mejor o más desgraciada, dependiendo del enfoque noticioso. En su cotidianidad emergen los actores sociales y políticos, cada día haciendo una historia distinta. Como guardianes implacables del hecho noticioso, surgen también, omnipresente, los periodistas, que cual profeta de antaño, ponen su reporte como una espada de dos filos, ya sea para una buena noticia o una denuncia con su peor admonición.
Se trata, sin embargo, de la verdad de los hechos, de la libertad de prensa y del derecho a ser informado de forma veraz. En este punto, quiero formular una pregunta: ¿Qué es la verdad?. ¿A qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de la verdad?, y aunque esta pregunta tiene una gran profundidad metafísica, yo no pretendo sumergirme en ella, sino simplemente chapotear un poco sobre el lindero de sus aguas. Pareciera de lo más fácil hoy día hablar de la verdad, sobre todo cuando leemos los periódicos; oímos debates radiales, vemos entrevistas televisivas, o simplemente, entablamos tertulias amistosas o familiares.
El relativismo de nuestros días y la proclama de los derechos individuales nos hacen reñirnos con toda forma de dogmatismo y absolutismo. Todo el mundo puede emitir su opinión y aportar cualquier interpretación de la realidad, pero con la condición de que no se tenga la peregrina pretensión de que eso sea considerado verdadero. Si alguien pretende tener la verdad, implicaría entonces que los demás no la tienen y luego brotaría el poder de imponerla bajo un acto antidemocrático y tiránico, violatorio de la libertad de expresión. Este comportamiento absolutista nos situaría en la galería de los fanáticos, que convencidos de su propia verdad y de que sus ideas son las verdaderas, se lanzan en el violento río del enceguecimiento y del error, creyendo que deben salvar, por las buenas o por las malas, a quienes no tienen las mismas ideas o pensamientos.
¿Qué significa realmente la verdad? Esta pregunta nos parece un tanto complicada cuando se trata de ver el fondo, la esencia de las cosas, y no tanto lo externo, lo aparente. Ver la esencia de las cosas nos exige un compromiso con la verdad, un entreveramiento con lo existente. El sofista Protágoras, quien en la carta magna del relativismo occidental proclamó al hombre mesura, (“el hombre es la medida de todas las cosas”), opuso al criterio absoluto, que discrimine entre ser o no ser, verdadero o falso, el criterio del hombre individual como el únicamente válido. En este sentido, el principio del hombre medida, según Protágoras, establece el criterio de la verdad o la falsedad. Cada hombre tiene su verdad, nadie está en lo falso. No existe un verdadero absoluto, sino lo más útil, lo más conveniente, y lo más oportuno; el hombre es medida y medidor en relación con la verdad y la falsedad. El problema de Protágoras, sin embargo, fue haber convertido la medida del hombre, en utilidad, es decir, en algo objetivo. El bien y el mal como lo útil y lo perjudicial, pero sin saber sobre qué bases y qué fundamentos. La antilogía protagórica fue el mejor recurso donde se echaron a correr los argumentos y contraargumentos, en un franco duelo de razones contra razones. La salida al pragmatismo de lo útil de la tesis relativista la dará el maestro Sócrates, quien habrá de excavar con mayor profundidad en la esencia del hombre.
La verdad que hemos heredado en nuestra cultura occidental nos viene de la perspectiva helénica; y su ámbito es el juicio cognoscitivo, es decir, cuando una idea o conocimiento producido en la inteligencia, por medio de la palabra, informa sobre un determinado aspecto de la realidad, y esa realidad externa coincide con la idea interna que la refleja, ese conocimiento es verdadero. Si no fuera así, entonces ese conocimiento es falso. Aristóteles define la verdad como “la adecuación del intelecto con la cosa”. Santo Tomás de Aquino recoge esta misma definición. A partir de aquí, el conocimiento de la verdad estará ligado a la correspondencia con la realidad objetiva; la verdad es la correcta idea, que es posible gracias a la correcta información. Sólo es posible lo verdadero cuando los datos son empíricamente verificables, de lo contrario, se está frente a una falsificación.
Un segundo elemento de abordaje en esta reflexión nos viene del derecho a la libertad de expresión o libertad de información, que demandan en nuestra sociedad, tanto los trabajadores de los medios de comunicación social, como el pueblo, que exige también el derecho a ser informado de forma veraz. Pero, ¿qué es la libertad de expresión o de información?, si bien es cierto que es un derecho individual garantizado por la Constitución Política de la República de Nicaragua (Arto. 30 Cn) y en correspondencia con el Arto. 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es conveniente entender primero, que en lo relativo a la libertad de información o libertad de prensa, es menester decir que no es la libertad del periodista para decir lo que él quiera, sino más bien el derecho del lector del periódico de informarse. Sobres este principio fundamental quiero remitirme a un texto del pensador francés Jean-Paul Sartre, quien diera una rueda de prensa en enero del año 1973 con motivo del nuevo diario francés Liberación: “…Es la gente que trabaja en una fábrica, en una obra, en una oficina quien tiene el derecho de saber lo que pasa y sacar las conclusiones. Claro, es necesario que el periodista tenga la posibilidad de expresar sus pensamientos, pero eso significa solamente que debe procurar que se informe constantemente al pueblo. ¿Cuál es el medio de informar al pueblo? Es el pueblo mismo. [...] Se nos habló de objetividad. Pues bien la objetividad es una situación verdadera tal como la expresa el pensamiento popular. Es la gente que piensa sobre una situación que es suya. Y esto es lo que debemos recoger. Como ya se dijo, el periodista no debe hacer la historia, no debe interpretarla. Debe recoger el acontecimiento y divulgarlo a través del periódico a este pueblo que es el más interesado en conocer el acontecimiento en cuestión y todo lo que no se le informa. En esencia es necesario que el pueblo discuta con el pueblo.”
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