El paraíso perdido de Gioconda
Guillermo Gómez Santibáñez
END - 19:21 - 13/05/2008
¡Bravo por Gioconda! Su libro: “El Infinito en la palma de la mano”, corona con éxito otra de sus obras literarias brotadas de su fecunda y poética imaginación, además que representa el sueño más acariciado de todo escritor o escritora: ser galardonado o galardonada con un merecido reconocimiento, como el que obtuvo Gioconda al recibir el primer Premio Biblioteca Breve de Novela en lengua española 2008, promovido por la editorial Seix Barral.
Luego de estas palabras introductorias, para hablar de una escritora de gran talante e hija de esta tierra dariana, quiero permitirme algunas reflexiones sobre el hilo conductor de la obra de Belli, que intenta poner de relieve otra lectura del relato teológico de la creación, según el primer libro de la Biblia, conocido como Génesis.
En la novela, Gioconda expresa una unión entre lirismo y misterio, evocando con gran imaginación la ruptura de nuestra propia consistencia inmortal, y que constituye el núcleo de la utopía de la primera escena del Génesis. En el intento de fundar el sentido de la propia vida y de su plena realización en las posibilidades autónomas, la escena utópica se convierte en tragedia, nos pone como frente a un espejo donde descubrimos el espectáculo de nuestra propia finitud y desnudez existencial, y que en el texto hebraico viene a expresarse simbólicamente en la caída del mundo mágico de la inocencia, en medio de un jardín, frente al “árbol de la vida”, que según la tradición del Medio Oriente Antiguo, representa la vida eterna (cf. Prov. 3,18; 11,30), sumado a un diálogo que da cuenta de lo trascendente y lo inmanente en un acto libre de la propia conciencia humana.
Gioconda, con su propia relectura del texto parabólico nos da la posibilidad de ver y descubrir, en su novela, otros ángulos de lecturas de un relato tradicional y rico en lenguaje simbólico, ubicado en la misma puerta de entrada de la Biblia; sabiendo combinar con gran deleite y mezcla de drama y celebración el desafío humano de ser, crear y hacerse cada día en la existencia y en la libertad de construir el propio camino en las coordenadas de muerte vida y convivencia.
Con su diestra pluma y fecunda imaginación, Gioconda intenta develar en su lectura del mito de la creación, la sabiduría que a ella misma le inspira y enseña la revelación bíblica, como paradigma de la vida humana y su misterio infinito, y que la tradición Jahvista o fuente J nos transmite desde una narrativa teológica. La perícopa Yahvista, que despierta la curiosidad literaria y existencial de la novelista, la lleva, como comprometida con una deuda de infancia, a reconstruir el drama de Adán y Eva apoyada también en fuentes extra-bíblicas. Sobre esto cabe destacar que el texto es rico en imaginación, explora subjetividades sicológicas de sus personajes con magistral inteligencia poética, notándose en ocasiones un cierto tono surrealista. Sin embargo, el hilo del discurso, en sus diversos actos narrativos, nos va anticipando algo que ya conocemos de ante mano del texto, porque la escena utópica del mito Yahvista en Belli sigue el relato bíblico en sus aspectos sustantivos. Lo interesante y novedoso que añade el texto son descripciones líricas, cavilaciones morales y enlaces narrativos con los arquetipos del relato Yahvista. Parece interesante aquí que Belli nos invite y motive a ver otras posibilidades exegéticas y hermenéuticas que no son tan fáciles de ver por el público común, acostumbrado a creer en la enseñanza de la doctrina creacionista del Génesis como una verdad histórica absoluta, esencialista y reñida con las teorías científicas de la evolución. Belli rompe de alguna manera en su obra con las preguntas y respuestas tradicionales del catecismo, y nos desafía a plantearles nuevas preguntas al texto bíblico, para desentrañar otras subjetividades, otras miradas, nuevas verdades; no al estilo clásico de un teólogo dogmático, o un homileta parroquial (Gioconda no se declara una religiosa), sino como un ser existente que al decir de Heidegger, es un “estar en el mundo”, una realización como relación, una situación de vida inauténtica, camuflada entre la angustia, suscitada por el mero hecho de existir, y el temor provocados por peligros intramundanos.
Gioconda, con voz profana y casi irreverente, quiere robarle verdades más profundas al mito primordial, para encontrar otras explicaciones al destino humano y redimir la conciencia culpable que estigmatiza a la raza humana, reivindicando con sutileza el rol de la mujer en el papel de la existencia. Se atreve a pasear, en un vuelo literario, en el huerto del Edén (que en lengua original significaría bien regado, con suficiente agua) con los personajes arquetípicos de la parábola, mezclando nuevos actores en la trama del huerto, venidos de otras escenas míticas de la literatura apócrifa. Adán, Eva, Caín, Abel, Luluwa, Aklia, el árbol, el fruto, la serpiente y Elohim en el huerto (Paraíso en la traducción griega de los LXX), vuelven a decir sus verdades, como texto en sus reserva de sentido; pero ahora, a través del “hilo plateado de Eva” que inspira a Gioconda y que en tonos líricos y toques fantásticos se desplaza por la palabra mágica de la escritora en la búsqueda infinita del Paraíso perdido.
*El autor es Director del Cielac-Upoli
Luego de estas palabras introductorias, para hablar de una escritora de gran talante e hija de esta tierra dariana, quiero permitirme algunas reflexiones sobre el hilo conductor de la obra de Belli, que intenta poner de relieve otra lectura del relato teológico de la creación, según el primer libro de la Biblia, conocido como Génesis.
En la novela, Gioconda expresa una unión entre lirismo y misterio, evocando con gran imaginación la ruptura de nuestra propia consistencia inmortal, y que constituye el núcleo de la utopía de la primera escena del Génesis. En el intento de fundar el sentido de la propia vida y de su plena realización en las posibilidades autónomas, la escena utópica se convierte en tragedia, nos pone como frente a un espejo donde descubrimos el espectáculo de nuestra propia finitud y desnudez existencial, y que en el texto hebraico viene a expresarse simbólicamente en la caída del mundo mágico de la inocencia, en medio de un jardín, frente al “árbol de la vida”, que según la tradición del Medio Oriente Antiguo, representa la vida eterna (cf. Prov. 3,18; 11,30), sumado a un diálogo que da cuenta de lo trascendente y lo inmanente en un acto libre de la propia conciencia humana.
Gioconda, con su propia relectura del texto parabólico nos da la posibilidad de ver y descubrir, en su novela, otros ángulos de lecturas de un relato tradicional y rico en lenguaje simbólico, ubicado en la misma puerta de entrada de la Biblia; sabiendo combinar con gran deleite y mezcla de drama y celebración el desafío humano de ser, crear y hacerse cada día en la existencia y en la libertad de construir el propio camino en las coordenadas de muerte vida y convivencia.
Con su diestra pluma y fecunda imaginación, Gioconda intenta develar en su lectura del mito de la creación, la sabiduría que a ella misma le inspira y enseña la revelación bíblica, como paradigma de la vida humana y su misterio infinito, y que la tradición Jahvista o fuente J nos transmite desde una narrativa teológica. La perícopa Yahvista, que despierta la curiosidad literaria y existencial de la novelista, la lleva, como comprometida con una deuda de infancia, a reconstruir el drama de Adán y Eva apoyada también en fuentes extra-bíblicas. Sobre esto cabe destacar que el texto es rico en imaginación, explora subjetividades sicológicas de sus personajes con magistral inteligencia poética, notándose en ocasiones un cierto tono surrealista. Sin embargo, el hilo del discurso, en sus diversos actos narrativos, nos va anticipando algo que ya conocemos de ante mano del texto, porque la escena utópica del mito Yahvista en Belli sigue el relato bíblico en sus aspectos sustantivos. Lo interesante y novedoso que añade el texto son descripciones líricas, cavilaciones morales y enlaces narrativos con los arquetipos del relato Yahvista. Parece interesante aquí que Belli nos invite y motive a ver otras posibilidades exegéticas y hermenéuticas que no son tan fáciles de ver por el público común, acostumbrado a creer en la enseñanza de la doctrina creacionista del Génesis como una verdad histórica absoluta, esencialista y reñida con las teorías científicas de la evolución. Belli rompe de alguna manera en su obra con las preguntas y respuestas tradicionales del catecismo, y nos desafía a plantearles nuevas preguntas al texto bíblico, para desentrañar otras subjetividades, otras miradas, nuevas verdades; no al estilo clásico de un teólogo dogmático, o un homileta parroquial (Gioconda no se declara una religiosa), sino como un ser existente que al decir de Heidegger, es un “estar en el mundo”, una realización como relación, una situación de vida inauténtica, camuflada entre la angustia, suscitada por el mero hecho de existir, y el temor provocados por peligros intramundanos.
Gioconda, con voz profana y casi irreverente, quiere robarle verdades más profundas al mito primordial, para encontrar otras explicaciones al destino humano y redimir la conciencia culpable que estigmatiza a la raza humana, reivindicando con sutileza el rol de la mujer en el papel de la existencia. Se atreve a pasear, en un vuelo literario, en el huerto del Edén (que en lengua original significaría bien regado, con suficiente agua) con los personajes arquetípicos de la parábola, mezclando nuevos actores en la trama del huerto, venidos de otras escenas míticas de la literatura apócrifa. Adán, Eva, Caín, Abel, Luluwa, Aklia, el árbol, el fruto, la serpiente y Elohim en el huerto (Paraíso en la traducción griega de los LXX), vuelven a decir sus verdades, como texto en sus reserva de sentido; pero ahora, a través del “hilo plateado de Eva” que inspira a Gioconda y que en tonos líricos y toques fantásticos se desplaza por la palabra mágica de la escritora en la búsqueda infinita del Paraíso perdido.
*El autor es Director del Cielac-Upoli