lunes, 1 de octubre de 2007

Profetas del V Evangelio





LOS PREDICADORES RODANTES


Managua es una capital, que además de soportar las presiones sociales y económicas que se dan en una ciudad, donde se concentra la mayor cantidad de habitantes, se le deben sumar los niveles de intolerancia religiosa de predicadores profetas y apóstoles, autodenominados evangélicos, que proliferan por diversos lados, disputándose la clientela religiosa y los medios de salvación. Los mercados, barrios, los Hoteles de cinco estrellas, las radios, la televisión, y los medios de trasporte colectivo, son el escenario donde entrenan sus tácticas mesiánicas y proselitistas. ¿Quién controla a estos grupos de predicadores? ¿Quién regula sus prácticas? ¿Representan comunidades evangélicas constituidas legalmente, y bajo los principios cristianos, o son charlatanes que adulterando el Evangelio adormecen la conciencia de las personas con fines mercantilista sin el más mínimo escrúpulo?

Hace unos días, abordé un bus de la ruta urbana, en el kilómetro siete sur, con destino a mi lugar de trabajo, rápidamente se fue llenando de pasajeros, entre ellos se subió un señor bien vestido, con una pequeña Biblia en su mano y pagó su pasaje como cualquier otro usuario, enseguida se instaló en un lugar estratégico del pasillo y comenzó diciendo más o menos así: “señores pasajeros, tengan ustedes muy buenos días; que Dios derrame abundantes bendiciones sobre cada uno de ustedes, y les lleve con bien a sus lugares de destino, que les prospere en todo y los regrese con bien a sus hogares. A los que van al trabajo, al colegio, a la Universidad, o a realizar un trámite, a los que van a ver al médico o hacer compras, que les vaya bien en todo y que Dios me los prospere con abundantes bendiciones. Soy evangelista y mi intención no es molestarlos, sino compartirles la palabra de Dios”…hasta aquí todo estaba bien y dentro de las reglas del discurso aceptable en un lugar donde decenas de pasajeros nos dirigimos a diversos lugares; masticando pensamientos y preocupaciones, como deseando que el día sea favorable. Al cabo de unos minutos, el predicador ya estaba confundiendo el pasillo del bus con el púlpito de una iglesia y a los pasajeros con una congregación. Su voz carrasposa y “yiyelesca” pasó, de las bienaventuranzas, a gritos que denotaban más la furia del Juicio final. Quienes viajábamos en el bus, como un público ocasional, oíamos perplejos la bravata y nos cruzábamos miradas de incomodidad y extrañeza, al sentirnos súbitamente, acusados de pecadores rodantes. El deseo de haber querido escuchar palabras de esperanza y aliento para vivir, se vio opacado por una ráfaga de imprecaciones que distaban bastante del Evangelio de la Gracia de Jesús. El silencio de todos sólo se dejaba interrumpir por las oxidadas y viejas puertas del bus que crujían al abrirse y cerrarse, mientras los pasajeros bajaban y subían. No era la retórica del predicador-pasajero, ni lo persuasivo del sermón lo que provocaba el silencio, sino la incapacidad de hacer nada, cuando se desconocen los derechos y deberes del pasajero en un bus del transporte colectivo.

Existen normas que regulan el servicio de usuarios del transporte urbano colectivo; por ejemplo, hay normas que prohíben estrictamente fumar en el bus; otra norma es que la subida es por la puerta delantera y la bajada por la puerta trasera; las puertas del bus, al momento de ponerse en movimiento deben estar cerradas y no llevar pasajeros colgando; la bajada y subida de los pasajeros es en los lugares establecidos para dicho fin, es decir, los paraderos de buses; el volumen de la radio del conductor debe ser moderado por respeto a los usuarios, en fin, normas y hábitos de buen comportamiento social en el transporte urbano Pero, ¿Qué hacer cuando se sube un “predicador” al bus y arremete contra los usuarios con juicios morales y religiosos?. Tengo derecho a no oírlo, a desentenderme de él, pero cuando pide permiso para dar una buena noticia, luego les desea a todos que les vaya bien, para enseguida enviarlos al infierno por pecadores, emitiendo juicios morales sobre prostitutas, políticos, homosexuales, lesbianas, abogados, rockeros etc. calificándolos de hijos del diablo, me parece que estamos frente a una total falta de respeto y sentido común respecto a los derechos de los usuarios de buses a no oír lo que no deseamos, igual sucede con los taxis colectivos que llevan encendido el radio en emisoras donde los predicadores gritan como locutores deportivos y no respetan la opción del pasajero a no escuchar lo que no desea. El respeto a las creencias individuales, a los estilos de vida de las personas, a disentir frente a otras opiniones, es fundamental para poder convivir en paz en una sociedad plural. Si no es así ¿acaso habrá que fijar una norma que diga: “prohibido los vendedores ambulantes y predicadores rodantes en los buses”?

El predicador rodante, no preguntó por otras creencias, por otras opciones religiosas y quiso avasallar las conciencias, la voluntad de las personas que de buena fe le permitimos oír una palabra esperanzadora, en medio de tantas desgracias y necesidades. En vez del cielo se nos predicó el infierno, en vez de una Buena Noticias, se nos dio una mala noticia, en vez de mostrarnos a Jesús, nos mostró la peor cara del diablo. No sé que sucedió después, porque tuve que bajarme antes de la conclusión del sermón imprecatorio. Al momento de bajarme del bus, tuve la ocurrencia de hacerle un comentario a otro usuario, acerca de la falta de respeto de estos predicadores, y lo que recibí fue un insulto, pues su reacción no se dejó esperar: “bájate hijo del diablo”, claro, era su ayudante. No dudo que la parte final haya sido la petición de una ofrenda voluntaria –como sienta su corazón- para apoyar el ministerio.

Guillermo Gómez

guidase@yahoo.com